Por el Diácono Asiel M. Rodríguez, O.S.B.
“¡Qué grande es tu fe!”
Evangelio de Mateo 15, 21-28
En distintos momentos de la historia de Israel y de la Iglesia, se ha optado por la opción de cerrar filas, cuidar la ortodoxia, subrayar los signos de identidad... El tiempo ha mostrado que todo esto no sirvió más que para alargar la crisis. Y al final tuvieron que llegar los cambios, las nuevas visiones, los nuevos caminos.
Lo que hoy parece urgente y necesario es dialogar en todos los ámbitos y escuchar todas las voces. Como nos ha enseñado esta pandemia: "o nos salvamos todos juntos, o no se salva nadie". Me parece que viene al caso la oración de Jesús en su Última Cena: “Padre, no te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal” (Jn 17,15). Somos y debemos ser parte de este mundo, mojarnos y caminar con él, aportar humildemente lo que sepamos y podamos, tender puentes, unir fuerzas... La Iglesia nunca debe dejar de ser casa abierta, lugar de encuentro, espacio de acogida, servicio de comunión y diálogo, de atención a los descartados y sufrientes.
Lo suyo (lo nuestro) son más las propuestas positivas, la justicia y el derecho, la multiculturalidad, que las descalificaciones y condenas (y menos aún las alianzas con el poder)... Una Iglesia «más humilde y evangélica», como tantas veces pide el Papa Francisco, para que algún día “todos los pueblos puedan llamarla y reconocerla como su propia casa”. Una Iglesia que no ofrezca migajas, porque si hay un solo Padre de todos, el pan de los hijos ha de llegar a todos los hijos. Ni pretenda quitarse de encima (ni consentir que otros lo hagan) a los que molestan y gritan y sufren, como aquella mujer siria, sino que reconozca y acoja y celebre la fe de los más sencillos, incluidos los paganos/inmigrantes (así tuvo que hacerlo el mismo Jesús, y de ese modo se ensanchó su horizonte misionero, más allá de "las ovejas de Israel").
¡Los pobres tantas veces nos tiran abajo nuestras seguridades, esquemas y programas! No consta que aquella mujer guardara las tradiciones judías, o que fuera al Templo, o.… sólo un dolor de madre y la fe/confianza en que Jesús podía ayudarla. Y ayudar a identificar y echar lejos a tantos demonios que se nos cuelan dentro y nos destruyen a todos. Para ello habremos de contar con nuestra fe, nuestra misericordia, nuestra solidaridad, confiando e insistiendo al Señor para que nos salve: ¡Señor, ayúdame, ayúdanos!
Que el Señor nos ayude a ser insistentes, a perseverar en la prueba, y a ser iglesia abierta de par a los que buscan saciarse del pan que nunca acaba. Amén.
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