Por Hno. Robert
“El tesoro por el que merece la pena venderlo todo”
Evangelio de Mateo 13, 44-52
Meditando el evangelio que hoy Jesús nos regala en este domingo, me puse a pensar por unos minutos lo que yo he tratado de hacer para seguir a Cristo en el monasterio. Me he dado cuenta que de verdad Cristo es esa perla que tanto estaba buscando, esa perla valiosa que he encontrado en este específico monasterio.
Una de las preguntas frecuentes que las personas me hacen es por qué ingresé al monasterio. Hace algunos meses aún no sabía responder y mi respuesta era que tal vez siempre me había gustado la vida religiosa o aquí me sentía feliz. Pero, esa no era la razón por la cual entré al monasterio sino más bien, lo que he estado sintiendo al estar aquí.
Ahora bien, puedo responder esa pregunta convencido de que he entrado al monasterio para buscar y encontrar a Cristo en este grandioso espacio. Los monjes tenemos este grandioso lugar donde frecuentemente busco a Dios mediante el rezo del Oficio Divino, la Lectio Divina y sobre todas las cosas, en la participación de la Eucaristía.
A lo largo de mi noviciado he ido aprendido a separarme de las cosas que tal vez en mi vida pasada eran importantes o que yo pensaba que tenía que hacerlas para sentirme feliz. Cuando eran todo lo contrario y solo me distraían para seguir la llamada de Cristo. Jesús nos invita a no poner nuestra seguridad en cosas vanas y sin significado alguno, al contrario, todas esas cosas nos distraen para vivir a la vocación que hemos sido llamados.
Lo que Cristo quiere de nosotros es que lo busquemos incansablemente en nuestra vocación con libertad, autenticidad de valores, bondad de corazón, confianza, valor del encuentro humano, solidaridad, compromiso con la liberación del sufrimiento. Como comunidades cristianas perseverando en busca de ese tesoro que es Cristo, que es paz y consuelo.
El tesoro que presenta Jesús en el evangelio es Cristo mismo quien quiere estar con el ser humano para salvarlo de sus pecados porque lo ama y quiere que se salve y viva feliz aquí en la tierra y después en la eternidad. Esforcémonos pues, hermanos y hermanas en el Señor y despojémonos de todas las ataduras que se interponen en nuestra relación con Cristo. Así podamos encontrar lo más valioso que es Cristo porque cuando tengo a Cristo lo tengo todo.
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