Por Hno. Asiel M. Rodriguez, O.S.B.
“Vengan los cansados…y yo les daré alivio”
Evangelio de Mateo 10, 37-42
Nuestro Padre Abad lava los pies de algunos parroquianos durante la celebración del Jueves Santo.
Se puede decir: “Dime cómo es tu Dios -tu experiencia de Dios-, y te diré cómo es tu comportamiento con los que te rodean”. Si el rostro de Dios que has encontrado es el de un ser exigente, controlador, al margen de tu vida cotidiana, un Dios lleno de normas y obligaciones, un Dios que me pone condiciones y espera mis esfuerzos y sacrificios para hacerme caso... O si es un Dios que siempre me perdona aunque caiga una y otra vez en lo mismo, que se alegra con mis alegrías y me quiere libre y es fuente de mis alegrías y de mi paz, que me ha elegido para transformar el dolor y el mal del mundo, etc... mi conducta humana estará amasada con todos estos rasgos, y mi trato con los demás también.
Pues bien, el rostro de Dios que ha experimentado, del que vive y habla Jesucristo es alguien cercano, a quien, en cualquier momento del día, y en cualquier lugar, en medio de las cosas cotidianas, le dirige espontánea y sencillamente lo que siente y lleva en el corazón. Y este modo de sentir y vivir a Dios, le lleva a descubrirse y actuar como una persona pendiente de los cansados y agobiados.
Esa experiencia de libertad interior y de gozo le lleva a buscar, y convocar a quienes no la tienen para revelársela, para ayudarles a descubrirla. El Padre se conmueve ante los perdidos y abandonados de la sociedad y de las estructuras religiosas, ante los que no tienen esperanza, ante quienes se ven sobrecargados de preceptos, normas, condiciones, ritos minuciosos, prohibiciones y condenas. Por eso mismo Jesús se siente llamado a ofrecer «otra cosa». Hoy parece como si se le hubiera «escapado» delante de todos, una plegaria fresca, gozosa, agradecida. Y en ella se descubre el rostro de un Dios misericordia, consuelo, descanso, liberación...
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