Por Hno. Rafael González
“No tengáis miedo”
Evangelio de Mateo 10, 26-33
Seguimos haciendo camino y al volver al tiempo ordinario, Jesús nos sigue invitando a estar con él. En esta oportunidad nos dice que no tengamos miedo y, justamente, es lo que más parece que estamos sintiendo en estos meses. El miedo es una acción natural del ser humano, nuestro cuerpo reacciona de diferentes maneras ante una situación de temor. Ya sea que huimos del lugar donde presenciamos un episodio de miedo, gritamos o nos tapamos la cara para dejar de ver aquello que nos ha producido ese temor.
Pero ¿cuál miedo se refiere Jesús y por qué nos dice que no tengamos si es parte de nuestra naturaleza? Si continuamos con el pasaje, más adelante Jesús habla que no tengamos miedo a los que matan el cuerpo porque ellos no pueden matar el alma. Al contrario, tengamos miedo al que nos puede llevar a la perdición del alma y del cuerpo. Luego, insiste que, si confirmamos nuestra fe hacia él ante los hombres, él hará lo mismo con nosotros ante el Padre. Por tanto, ese miedo se refiere aquello por cuanto titubeamos de nuestra fe hacia Dios, es decir, cuando no nos reconocemos firmemente seguidores de él.
Ciertamente, es fácil confesar nuestra fe y lo hacemos a menudo cuando rezamos el credo o cuando le buscamos en la Eucaristía o en nuestras oraciones cotidianas. Sin embargo, detengámonos un momento y pensemos si nuestra fe es solamente una rutina que no avanza hacia un encuentro más cercano con él. ¿Será que podemos confesarle sin ningún temor, sin importar los momentos duros que podrían venir? ¿Es una fe que se lanza sin miedo, solamente buscando al Amado como lo llamaba San Juan de la Cruz?
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