Domingo de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (14/06/2020)

Por Hno. Asiel Rodríguez, O.S.B.

“Comer y beber al buen Dios eucaristía”

Evangelio de Juan 6, 51-58

 

El capítulo seis del evangelio de san Juan, contiene la base de la doctrina eucarística, explicada nada más y nada menos que por el propio Jesucristo, quien, de paso, se presenta como aquel que puede dar la vida para siempre a los que crean en él. Esta reflexión arrancó con el episodio de la multiplicación de los panes y es presentada en forma de diálogos de Jesús. En la parte que se proclama en esta solemnidad, Jesucristo dice algo nuevo que resulta muy fuerte y crudo para quienes lo escucharon: ¡Él está ofreciendo su carne para ser comida! Los que le escuchaban, judíos en su mayoría, tenían una serie de normas (y escrúpulos) acerca del tipo de alimentos que se pueden tomar, y de manera especial de los tipos de carnes. Imaginémonos el escándalo que se creó cuando alguien que unos minutos antes ha dicho una aparente barbaridad, de que había bajado del cielo, ahora los invita a que coman de su cuerpo. Y no solo eso, sino que ¡también tenían que beber de su sangre! Es obvio que aquella gente no podría comprender tantas cosas dichas al mismo tiempo. Por eso, Jesucristo se tomó su tiempo para hacer realidad sus palabras. Algún tiempo después, en una cena, vuelve a usar un lenguaje parecido, pero emplea un pan y una copa con vino. Es muy posible que, en aquel momento, los que no habían entendido lo que Jesucristo había tratado de decir terminaron de armar el rompecabezas y desde entonces, cada vez que conmemoraban la Cena del Señor, haciendo en su memoria los gestos del mismo Jesucristo, el Señor se hacía presente en medio de ellos, tal como ha seguido ocurriendo hasta nuestros tiempos.

Con esta perspectiva en mente, podemos entender a los que le escuchan proclamarse como camino, verdad y vida. El mimo que se proclama antídoto ante la muerte eterna y la enfermedad del pecado. “Jesucristo que era el camino, se hizo la verdad y la vida”, dice san Agustín. El hijo de Dios es pan y palabra, luz en la oscuridad para quienes lo busca, el Todo en todos. El sermón 13 de san Agustín nos recuerda a los fieles que no hay que tener miedo de comer al Señor porque cuando Dios es consumido, la Vida misma es consumida. Cuando comemos y bebemos al buen Dios eucaristía, él mismo se multiplica en su inmensidad para saciar el hambre de los que lo buscan. Así como el Señor resucitó después de la aparente muerte en la cruz, así también se multiplica cuando se reparte.

La solemnidad que celebramos nos pilla distraídos y hambrientos de justicia, pobres y malheridos de nuestro propio ego, en busca de un Dios que parece esconderse ante la muerte, la pandemia, las protestas contra el racismo y el ruido de los que no solucionan nada. En medio de todo esto, el Señor se manifiesta repitiendo las mismas palabras que hace muchos siglos: “coman y beban.” Estas palabras deberían quedar grabadas en nuestro corazón de tal manera que cada vez que desesperemos y creamos que Dios está lejos de nosotros nos vengan a la mente las palabras del Maestro en la última cena: “coman y beban.” Jesús nos recuerda con su voz de calma, la sonrisa que le caracteriza, y la profundidad de ser quien es que podemos dar frutos dulces a una sociedad amarga con el sacramento de la eucaristía. La eucaristía es comienzo y alimento para el camino, a veces pedregoso, lleno de odio, racismo, enfermedad, desolación. Ahí estamos llamados a ser luz y a dar vida porque hemos consumido la Vida misma.

Ojalá que el Jesús Eucaristía, con el que nos encontramos en cada mesa del altar compartida, sea para nosotros, no solo recordatorio eterno del Dios que entrega TODO de sí para estar con nosotros; sino también, invitación a darnos a nosotros mismos y permitirle a Dios que bendiga, reparta y multiplique nuestra vida y nuestro amor. Amén.

 




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