DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (08/11/2020)

  Por el Hermano Robert Islas, O.S.B.

«Mi alma está sedienta de ti, Dios mío»

Salmo 62

El salmo que hoy meditamos es uno de mis favoritos, ya que me hace recordar una etapa muy importante en mi vida que fue cuando estuve en el seminario menor. Recuerdo que una noche durante las últimas oraciones antes del descanso nocturno, uno de mis formadores nos animó a meditar este salmo por la mañana al despertar, ya que los primeros versículos de salmo son: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo”. Ahí comprendí que este salmo tenía mucho sentido al meditarlo por la mañana al despertar y sobre todo encomendando el día a Dios. 

Este es un salmo que he estado meditando a lo largo de mi formación como seminarista y ahora como monje. Me ha ayudado a iniciar mi día con mas fuerza y sobretodo a reconocerme necesitado de Dios, de ese Dios que nos da de esa agua para refrescar nuestra frialdad y nuestras debilidades. Solo Dios nos puede saciar de nuestras caídas durante la vida, por eso, es importante pedir auxilio a Dios y pedirle perseverancia en la vocación que nos ha regalado. 

Te invito a orar este primer versículo del salmo 62 y a meditarlo por las mañanas. El Señor nunca se cansará de aliviar nuestras flaquezas y debilidades, pidámosle con fe e insistencia a su divina protección. 


Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.




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