Por el Hermano Rafael González
«Bienaventurados somos»
Evangelio de Mateo 5, 1-12a
Este domingo celebramos con gozo la solemnidad de todos los santos del Señor. El Evangelio que presenta la Iglesia es el más conocido como las bienaventuranzas, éste habla de las dichas y los gozos que recibirá cada creyente según la fidelidad y/o el dolor que haya tenido para seguir a Dios.
Jesús lo anuncia desde el monte, es decir, desde lo alto, un lugar sagrado para la cultura hebrea. En el Antiguo Testamento existe un sinnúmero de ejemplos donde Dios habla a los profetas desde un monte o una montaña. Por ejemplo, Dios conversa y cierra su alianza con Moisés como mediador del pueblo desde el Monte Sinaí.
Ahora bien, Dios siempre se hace el encontradizo con nosotros, busca la manera de conversar con nosotros. La montaña no significa que él no quiere bajar hasta donde nos encontremos. Al contrario, él baja hasta el lugar o el rincón más inhóspito que pueda existir sobre la Tierra o sobre cada persona. Jesús no nació en la montaña, nació en un humilde y oscuro pesebre en Belén. Y Belén precisamente no es una montaña, su altura apenas llega a los 775 metros sobre el nivel del mar.
¿Acaso, entonces, solo habla en la montaña? No, la predicación de Jesús fue entre callejuelas y rincones en los diferentes pueblos de Israel, entre pobres, enfermos y pecadores. Sin embargo, busca la montaña para anunciar lo mejor, su promesa amorosa con el humanidad. Solamente nos invita a levantarnos, a caminar con él, a subir esa montaña para llegar a la cima donde nos espera el gran banquete del amor.
Todos somos bienaventurados, si así lo queremos. Cada uno o cada una puede pensar cuál podría ser su bienaventuranza. Cuáles podría ser mis tropiezos o debilidades que me limitan alcanzar esa bienaventuranza. Pero recuerda algo muy importante, Dios te llama tal como eres, no busca personas perfectas sino personas que quieran seguir su camino. Él solo quiere su confianza por lo demás, él nos irá ayudando.
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