Por el Diácono Asiel M. Rodríguez O.S.B.
«Hambre de Dios»
Evangelio de Mateo 21, 28-32
Las lecturas de este domingo nos invitan a parar y hacer una mirada introspectiva a nuestro camino de fe. Que este poema nos ayude a contemplar a Jesucristo, nuestro centro y meta.
HAMBRE DE DIOS
Hambre tengo, Señor, ¡hambre!
hambre que roe mi entraña;
hambre que tuerce mi carne
y arranca gritos al alma.
Hambre de paz y sosiego,
de comprensión y sentido
hambre de verme querido
y de sentirme queriendo.
Hambre de hacer lo que quiero,
y de querer lo más santo:
hambre de hacer lo perfecto
y de vivir tu mandato.
Hambre de haberla conmigo,
de que consuma mis huesos,
de que me tenga poseso
y de sus garras prendido.
De mí, Señor, tengo hambre,
de ser yo mismo persona,
de ser capaz de mirarme
como tu imagen y forma.
Hambre de ver en mis actos
la gracia de tu presencia,
de llevar en mi existencia
el fulgor de tu retrato.
Hambre de ser con mis obras
el pregón de tu evangelio,
hambre de gustar las bodas
en el banquete del Reino.
Hambre tengo y sed rabiosa
de hallarme siempre contigo,
de verme en Ti confundido
como quien es una cosa.
Y Tú me das a comer
lo que con ansia deseo:
¡el Pan bajado del cielo
que sacia todo querer!
También me das a beber
el Vaso del Vino Nuevo:
¡para que encuentre el remedio
a la pasión de mi sed!
(La fuente ofreces entera
que abrió de un golpe el soldado:
la Sangre de tu costado
que me limpia y me recrea.
Total me entregas tu Cuerpo,
que del madero colgado
y en fulgor resucitado,
glorioso viene a mi encuentro)
Hambre, Señor; tengo hambre
y sed ardiente, de fuego:
de convertirme en tu Cuerpo
y diluirme en tu Sangre.
Escucha, Señor y dame
de tu Pasión el Misterio
para vivir por entero
la voluntad de Dios Padre.
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