Por el Diácono Asiel M. Rodríguez, O.S.B.
«Dulces frutos»
Reflexión para tiempos de cosecha espiritual
A todos nos preocupa de alguna manera dejar huella en la vida, hacer algo por cambiar lo que nos encontramos y dejarle a los que vienen un mundo mejor que el que nos tocó. Qué bueno es cuando uno se encuentra a alguien con este deseo. De esa gente debería estar lleno el mundo. Cuando esto se da, no sólo la vida de alguien tendrá sentido, sino que lo tendrá este universo que fue creado para ser colmado de lo que cada uno pueda aportar, porque todos somos de alguna manera una edición única.
A cada cual nos toca dar nuestro propio fruto, algunos más otros menos, eso depende de muchos factores que ahora no voy a nombrar. La clave ciertamente está en si los frutos que damos son dulces o amargos. Es un engaño creer que la fecundidad depende de la cantidad, prefiero pensar que el secreto está en “el sabor”.
Me refiero a una dulzura que no es precisamente temperamental. El que tenga este don que lo cuide para que nada le amargue. Hoy hablamos sobre la capacidad de entregarnos sin guardar rencor cuando no se reconoce como quisiéramos, de sacrificarnos sin perder la paz del corazón, de no violentar los ritmos de las personas o de los acontecimientos. En fin, de vivir cada experiencia aprendiendo de todo, pero guardando un poco de inocencia para creer en el ser humano, y no dejar crecer la rivalidad, viendo enemigos en todas partes. La dulzura y la humildad van de la mano.
Afluye a mi mente un proverbio que leí hace un tiempo: “El peligro de los grandes sacrificios es que luego se vivan como un derecho sobre aquellos por quienes los hicimos”. Es mejor entregarse hallando felicidad en la propia entrega, que hacerlo esperando que ésta dé resultado para sentirnos satisfechos. Aquí corremos el riesgo de amargarnos, cuando las cosas no sean como lo esperamos. Toda amargura nace de sentir que dimos mucho y se nos retribuyó poco. El fruto dulce es aquel que nació de la generosidad, que se ofreció en gratuidad, y maduró en la entrega. Cuando vivimos de esa manera descubrimos que, aunque las cosas no sean como esperamos, en la vida, no dejamos de recibir, y que el bien que hacemos se multiplica.
Sigue adelante queriendo llevar tus sueños hasta el final, pero recuerda que lo verdaderamente importante es que des frutos dulces. Son esos los que te hacen feliz y los que marcan la vida de los que caminan a tu lado. Da mucho, o mejor dalo todo, pero eso sí, dalo siempre de buena gana.
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